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jueves, marzo 28, 2024
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El Hierro, la isla canaria de los récords

El Hierro es la isla más pequeña de Canarias –si tenemos en cuenta las siete principales y dejamos a un lado el Archipiélago Chinijo y la Isla de Lobos-. Es también la más joven, la menos poblada, y la más occidental, la que se encuentra más al oeste de España. Pero aquí no acaban sus atributos. Cuando se habla de El Hierro se pueden utilizar numerosos apodos, reconocimientos o récords, que se ha ganado gracias a su situación, tamaño, orografía, historia, biodiversidad y conservación medioambiental, convirtiendo, incluso, sus más de 268 km² en una especie de laboratorio para probar proyectos de gestión, comunicación y sostenibilidad.

Inmersa en los preparativos de la escapada, busqué en la memoria y en los álbumes de fotos mi primer viaje a El Hierro. Coincidió con mi llegada a Canarias, allá por 1998, cuando mi familia se trasladó a vivir de Zaragoza a Tenerife. Ese año recorrimos todas las islas.

Más tarde repetiría estancia en algunas de ellas, pero es verdad eso que dicen de que “los canarios no conocemos nuestra tierra”. Al tratarse de una comunidad fragmentada y que resulta más barato volar a otros destinos nacionales o internacionales que a otra isla, a la mayoría de sus habitantes todavía les faltan varias por conocer. Yo volvía a El Hierro para desconectar y ponerme al día de los cambios experimentados desde mi última visita.

Cuando el avión está a punto de aterrizar comprendes por qué la pequeña de las Canarias ha estado tradicionalmente aislada. El azul del océano todavía tiñe las ventanillas como si lo que viniera a continuación fuera un amerizaje o que, tras rodar por la única pista del aeropuerto, la nave volviera al Atlántico para darse un chapuzón. No encontraron mejor lugar que éste en El Hierro, llamada también “la isla vertical” por su abrupto relieve, para cubrir la demanda aeronáutica, que no vivió su primera conexión hasta 1972. Antes, las comunicaciones se realizaban por mar, pero a la vieja usanza, nada de modernas instalaciones, porque cabe decir que el Puerto de La Estaca no se inauguró hasta 1960, tan sólo doce años antes.

  • —¿Cuántos habitantes tiene El Hierro? —le pregunté al propietario del hotelito donde me alojaba.
  • —Tendrá como mucho seis mil.
  • —¡Anda! Pensé que rondaban los diez mil.
  • —Eso era antes de la crisis. Aunque también te digo que no hay que hacer mucho caso a las estadísticas, porque muchas personas están censadas aquí pero viven fuera. Entre otras cosas porque, como sabes, el voto vale más en las islas pequeñas.

Esa población deshinchada se refleja al moverse de un sitio a otro. Recordaba ir en el coche con mis padres y estar solos durante un buen rato, como si circuláramos por una isla desierta. Eso sí, en el momento que parábamos para contemplar alguno de sus iconos, aparecían por arte de magia otros coches de alquiler, para luego volver a reencontrarnos con la soledad. Una experiencia que volví a revivir en mi reciente escapada. Normal que casi todo el mundo se conozca y que en el carácter de los herreños destaque la cercanía, la sencillez y la hospitalidad.

De hecho, allí me encontraba, en una de las mesas del comedor del hotelito de Frontera charlando con mi anfitrión, que también había aprovechado para desayunar en ese momento. Antes había preparado zumo de parchita –cada día ofrece un zumo natural diferente- y colocado en mi mesa y en la de otros huéspedes platos con frutas recién partidas: sandía y piña herreña. También nos invitó a probar unos higos blancos mientras hablábamos de la isla y nos recomendaba sitios para visitar y rutas que podíamos realizar.

Las vacas vacas de la Meseta del Nisdafe llevan dos patas atadas para que puedan caminar sin saltar los muros de otras propiedades. |Fotografía: Virginia Martínez
Las vacas de la Meseta del Nisdafe llevan dos patas atadas para que puedan caminar sin saltar los muros de otras propiedades. |Fotografía: Virginia Martínez

Reserva de la Biosfera

De los atributos a los que aludía al principio, sin duda, el de Reserva de la Biosfera es el de mayor orgullo, el que vertebra toda la isla y del que surgen otros reconocimientos relacionados con la sostenibilidad y la eficiencia energética. A primera vista sorprende que en una isla pequeña como El Hierro puedan tener cabida paisajes y ecosistemas tan diversos, desde sus vertiginosos acantilados costeros hasta los pinares de las cumbres (el pico más alto es Malpaso con 1.500msnm), pasando por las tierras de cultivo del Valle de El Golfo, las llamativas formaciones volcánicas del sur, la laurisilva del centro insular o las sabinas del noroeste.

Hay que sumar la riqueza de sus fondos marinos, que hacen de El Hierro la mejor isla canaria para practicar el submarinismo, especialmente en la localidad sureña de La Restinga, frente al Mar de las Calmas. Esta zona está declarada reserva marina y aquí fue donde se produjo la última erupción volcánica de Canarias y de España, en el año 2011, formándose un volcán submarino a 88 metros de profundidad y a 5 kilómetros de la población. Como curiosidad, muchas personas conservan piedras que emergieron durante la erupción, a las que llamaron “restingolitas”, y no faltan en las casas o locales de los lugareños. Incluso hay alojamientos o restaurantes que han sido bautizados con este nombre, haciendo hincapié en este impetuoso suceso en el marco de una isla tan apacible como El Hierro.

El clima y la orografía son dos factores que han influido con decisión en los dispares semblantes que muestra El Hierro, provocando en el visitante la sensación de mayor amplitud y evitando el ahogo de los lugares limitados y aislados por el mar, ya que sus caminos de tierra y carreteras sinuosas, que desafían las escarpadas laderas, alargan sobremanera las distancias. Enseguida lo viví en carne propia.

El sol acariciaba el Valle del Golfo, salpicado de viñedos, plataneras y plantaciones de piñas, y aderezaba las olas del mar con numerosos y diminutos puntos brillantes, como si transportaran diamantes hasta tierra firme. A falta de playas, los charcos y piscinas naturales que jalonan el litoral norteño, con su característica forma de herradura, daban la bienvenida a los primeros bañistas del día. En pocos minutos la oscuridad engulló el paisaje. Me adentraba en el túnel que conecta los municipios de La Frontera y Valverde. En El Hierro hay tres túneles, pero éste es el más largo (2.240 m), inaugurado en 2003. Cuando más tarde visité el Centro de Interpretación de la Reserva de la Biosfera, en la localidad de Isora, el informador turístico me contó que el túnel de Los Roquillos redujo a la mitad el tiempo que se tardaba en llegar por la carretera de la Cumbre (antes 45 minutos) y que para muchas personas, especialmente la gente mayor, fue un gran shock. En ese sentido, la isla se achicó un poco.

Al salir del túnel todo cambió. El sol parecía jugar al escondite y por la ventanilla entraba un viento más fresco mientras pasaba por los caseríos de Erese y Guarazoca, con sus típicas casas herreñas revestidas de blanco y la negra roca basáltica asomando en las esquinas. En el mirador de La Peña tuve que ponerme la chaqueta para disfrutar de las vistas de los Roques de Salmor, hábitat del lagarto gigante de El Hierro, y el Valle del Golfo, desde sus 700 m de altitud. Una postal sobrecogedora fruto de los gigantescos deslizamientos de hace 80.000 años, que formaron una bahía de 15 km flanqueada por paredones y riscos de vértigo. El mirador en sí mismo es un icono de la isla al ser obra del artista lanzaroteño César Manrique, que cuenta además con un restaurante con grandes ventanales para no dejar de contemplar las vistas.

Iba ganando altitud y me adentré de lleno en la húmeda Meseta del Nisdafe, una amplia llanura entre los 900 y 1.000 msnm donde la bruma se adueña de los pastos y tierras de cultivo. Un paisaje que todo aquel que lo contempla asocia con Escocia y que se ha convertido en uno de mis preferidos de la isla. Los campos están divididos por muros de piedra seca y las ovejas y vacas pastan libremente sin dejarse inmutar por las miradas ajenas. Resulta curioso que para que se puedan mover a su antojo pero sin saltar los muros de otras propiedades, a las vacas se les atan dos patas, recibiendo el sobrenombre de “vacas apeadas”.

La bruma que tanto me gustaba en el Nisdafe me dejó sin vistas en el mirador de Jinama, desde el que parte uno de los senderos más antiguos de El Hierro, pero me regaló otro escenario: los bosques de laurisilva y fayal-brezal, que se benefician de la lluvia horizontal, que no es otra cosa que la condensación de las nieblas al chocar con las hojas de los árboles, convirtiéndose en gotas de agua que se filtran en la tierra, permitiendo la subsistencia de esta vegetación del Terciario, presente en las islas de la Macaronesia.

En una isla donde siempre ha escaseado el agua, las lluvias horizontales fueron el mayor secreto de los bimbaches, antiguos pobladores de El Hierro, que obtenían el preciado líquido de un gran tilo, al que veneraban. Hoy lo conocemos como Árbol Garoé, otro de los emblemas de la isla, rodeado de una conocida leyenda de amor entre una princesa bimbache y un conquistador español, al que le reveló el lugar donde se encontraba, traicionando a su pueblo. Según reza una placa contigua, el original fue derribado por una fuerte tormenta a principios del siglo XVII y el tilo que vemos hoy lo plantaron a mediados del siglo XX en el mismo lugar.

Las sequías han sido recurrentes en la historia de esta isla, y si los bimbaches veneraban al Árbol Garoé, los pobladores de los siguientes siglos se aferraron a la devoción por la Virgen de los Reyes, patrona de El Hierro, a la que le atribuyen el fin de varias sequías. En el siglo XVIII los habitantes hicieron una procesión de rogativas hasta la capital, lográndose el milagro del agua, y a partir de entonces la Bajada de la Virgen se celebra el primer sábado de julio cada cuatro años (la próxima es en 2017) y es la fiesta más importante de la isla, que lleva a la Virgen desde su santuario en La Dehesa hasta la Villa de Valverde, una romería caracterizada sobre todo por los bailarines que se van incorporando a medida que la Virgen pasa por los pueblos del itinerario. El Pozo de la Salud, en Sabinosa, es otro hito más relacionado con el agua en El Hierro, aunque en su caso se trataba de aguas algo salobres que resultaron ser mineromedicinales con numerosas propiedades curativas, pero eso es otra historia…

Otro fenómeno que llama la atención y que insiste en la diversidad de El Hierro es la fuerza de los vientos alisios, que han doblegado a las sabinas del noroeste, en la zona de La Dehesa. De nuevo acompañada por una niebla espesa y transitando despacio el camino de tierra que atraviesa El Sabinar, me costó vislumbrar las formas imposibles de estos árboles que han sucumbido a los embates de los vientos caprichosos. Algunos ejemplares presentan troncos retorcidos como espirales y otros están totalmente paralelos al suelo. Para sacar la foto tradicional hay que llegar al final del camino. Allí se encuentra la sabina más famosa, ahora acordonada como una reliquia de museo. Antes de irme vi sobrevolar dos cuervos. “Sin cuervos no hay sabinas” me diría más tarde el informador turístico de Isora, explicándome que estos pájaros ingieren los frutos de las sabinas y excretan luego las semillas, haciendo que perdure esta especie tan apreciada por los herreños.

El Faro de Orchilla se encuentra en el punto donde hasta 1884 pasaba el Meridiano Cero. |Fotografía: Virginia Martínez
El Faro de Orchilla se encuentra en el punto donde hasta 1884 pasaba el Meridiano Cero. |Fotografía: Virginia Martínez

Un progreso que cuida las raíces

Se sigue hablando de El Hierro como una isla apenas explotada por el ser humano o que sus habitantes viven como antaño, pero no hay que exagerar y repetir los tópicos para hablar bien de este territorio. El Hierro ha ido evolucionando con el paso del tiempo y no ha sido inmune a los avances, así como a las necesidades de sus habitantes y del turismo. Ahora bien, el progreso de El Hierro no es tan agresivo como en otros lugares, más bien es lento, sencillo y cuidadoso con su fisonomía e idiosincrasia. Lo que tampoco ha estado reñido con el logro de proyectos de gran envergadura mundial.

La sencillez de El Hierro sorprende y agrada a partes iguales, porque te hace sentir relajado, como si veranearas en un pueblo. Por ejemplo, hasta el año 2003 la isla no contaba con semáforos. La reducida población y el exiguo tráfico los hacen fútiles. Y sigue sin haber semáforos en los núcleos de población, porque los que existen en la actualidad están en las entradas de los tres túneles de la isla, como una cuestión de seguridad, especialmente en el pequeño túnel de Las Playas, en el sur, que tan sólo posee un carril para ambos sentidos.

Las gasolineras se cuentan con los dedos de una mano: tan sólo tres, ubicadas en las capitales de cada uno de sus municipios. Pude observar que las de Valverde (la capital de la isla) y La Frontera disponen de cuatro surtidores, mientras que la gasolinera de El Pinar, el municipio más joven (que se segregó de La Frontera en 2007), parece como de juguete con sus dos únicos surtidores. El horario en las tres no sobrepasa las diez de la noche.

En El Hierro no hay construcciones de grandes alturas. En general no exceden las tres plantas, prodigando las casas terreras con sus jardines y huertas. Tampoco hay rastro de grandes cadenas hoteleras ni hoteles tal y como los conocemos. De hecho, lo que hay son apartamentos y casas rurales. Mi hotelito de Frontera es una de las excepciones, aunque bajo su nombre se esconde un alojamiento familiar y sencillo de apenas doce habitaciones y un trato cercano, como no puede ser de otra forma en esta isla. Sin ir más lejos, el llavero que te dan cuando te registras, además de llevar la llave de la habitación, incluye la de la puerta principal para poder entrar cuando no hay nadie en recepción. Algo que se entiende en una isla donde no hay recelo en dejar los coches abiertos o con las ventanillas bajadas. Lo raro es poner la alarma.

Hablando de alojamientos también podemos hablar de otro récord en El Hierro, porque aquí se encuentra el hotel más pequeño del mundo. Se encuentra en un saliente rocoso del Valle del Golfo, concretamente en la zona de Las Puntas. Bautizado como Hotel Punta Grande, como el embarcadero que lo acoge, sólo dispone de cuatro habitaciones, lo que le permitió entrar en el Libro Guinness de los Récords como el hotel más pequeño del mundo en 1989. Es además una construcción con historia que jugó un papel importante en el comercio del Valle, sirviendo como almacén de los productos que se exportaban. Recordemos las difíciles comunicaciones de la isla y la tardanza en construir un puerto.

El asfalto también está sobrevalorado y al alquilar el coche para recorrer la isla merece la pena pagar un poco más por el seguro o decantarse por un todo terreno para sentirse más tranquilo por los caminos de tierra. Es inevitable circular por ellos para contemplar los atractivos más conocidos, como el Árbol Garoé, el Sabinar o el Faro de Orchilla. Y aquí surge otro de los reconocimientos de El Hierro. Después del interminable camino se llega al punto más occidental de España, por el que pasó el Meridiano Cero hasta que en 1884 se trasladó definitivamente a Greenwich. El faro se levantó sobre esta misma línea imaginaria, un indicador que ya se usaba en tiempos de Ptolomeo y, aunque ya no pase por aquí, El Hierro sigue recibiendo con orgullo el nombre de “la isla del Meridiano”.

 Las sabinas de El Hierro están retorcidas por la acción de los vientos alisios. | Fotografía: Virginia Martínez
Las sabinas de El Hierro están retorcidas por la acción de los vientos alisios. | Fotografía: Virginia Martínez

Una referencia mundial

En mi escapada a El Hierro percibí algunos cambios, como la ampliación de los centros de interpretación con el objetivo de controlar las visitas y preservar los emblemas de la isla. El Ecomuseo de Guinea ya existía entonces, había visto fotos mías posando frente a algunas de las casas de este antiguo poblado reconstruido. En cambio, ahora existían otros centros, como el Vulcanológico o el de Reserva de la Biosfera, y la réplica del Árbol Garoé, que antaño estaba desprovista de cualquier instalación, ahora estaba custodiada por un centro, en el que también había que pagar una entrada. El camino de tierra y piedras se había mejorado y aparecían paneles explicativos.

Pero más allá de estas transformaciones sutiles, la gran diferencia entre mi viaje de los noventa y el del siglo XXI, es que ahora pisaba la primera ‘Smart Island’ (Isla Inteligente) del mundo y la que está en vías de ser una isla 100% sostenible. Ya en el aeropuerto había visto el cartel de “free wifi”, pero no le había dado mayor importancia. Fue al cabo de recorrer otros lugares cuando me di cuenta de que la isla dispone de una importante red wifi. Pozo de la Salud, Faro de Orchilla, Erese, La Maceta, Árbol Garoé, Pozo de las Calcosas o la Ermita de los Reyes forman parte de los 26 puntos distribuidos por los tres municipios para que locales y turistas puedan acceder a Internet. En marzo de 2013 se inauguró esta red wifi de acceso gratuito con la que El Hierro se convirtió en la primera ‘Smart Island’ del mundo. Un avance que no sólo sirve para que podamos compartir nuestras experiencias en las redes sociales, sino que además está pensada para gestionar servicios de videovigilancia del tráfico, control de incendios o sensorización de contenedores de residuos y silos de agua potable.

Al año siguiente, en 2014, se puso en marcha otro gran proyecto: la central hidroeólica de Gorona del Viento, con el objetivo de que la demanda eléctrica de la isla se sustente al 100% con energía procedente de fuentes renovables. Todavía no se ha logrado esta meta pero su funcionamiento está logrando una menor dependencia de los combustibles fósiles. El complejo abarca un parque eólico, un grupo de bombeo y una central hidroeléctrica con dos depósitos de agua, así como una central de motores diesel para los casos en los que no haya viento ni agua suficiente para producir la energía. El pasado mes de julio las energías limpias cubrieron un 67% de la demanda y cada cierto tiempo la Central supera los récords siendo la única fuente de suministro. El último también en el mes de julio, cuando permaneció 76 horas ininterrumpidas aportando el 100% de la producción eléctrica de la isla.

Como ven, se puede hablar de El Hierro citando sus numerosos récords, apodos, hitos… que destacan no sólo a nivel autonómico, sino nacional e internacional. De aquí también han salido canarios de renombre en diversas disciplinas, como Valentina la de Sabinosa en el folclore, o Pollito de la Frontera en la lucha canaria, uno de los deportes tradicionales del Archipiélago. Su pequeño tamaño es engañoso. 

Virginia Martínez
Nació en Logroño pero vive en Tenerife desde los ocho años. Es graduada en Periodismo con un Máster en Periodismo de Viajes. A esta española curiosa e inquieta le gusta viajar con su cámara de fotos y libreta en mano, ya sea al otro lado del mundo o a la vuelta de la esquina.
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3 COMENTARIOS

  1. Virginia,
    Me transportaste a un paraíso en el que la fuerza de la naturaleza todavía decide por sí misma, caprichosa y juguetona. Me gustó mucho tu relato y a través de este pequeño poema, dejo mi impresión:

    El mundo cabe en El Hierro
    su pequeñez y paso aletargado
    la encapsulan en el tiempo
    en el claridoso cielo azul sediento

    Los alisios vencen los sabinares
    que apenas se amarran al piso arenoso
    ¿De qué está hecho El Hierro?
    De tierra, sol y viento

    El mundo cabe en el El Hierro
    la Isla del Meridiano
    permanece
    el faro vigilante
    sondea el mar
    apacigua con su luz
    las aguas del Atlántico
    El Mundo cabe en El Hierro

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